jueves, 16 de julio de 2009

Los pies, la danza y la razón



Ella se llamaba Amada Violeta y provenía de una familia feliz en demasía, sus padres continuaban amándose como el primer día en que las pupilas de ambos se cruzaron. Sin embargo y a pesar de vivir por sus ojos, Amada Violeta siempre tuvo la inquietud de volar y pensaba que la única forma de hacerlo era mediante sus pies y a través de la danza. Su madre siempre comentaba en fiestas y reuniones familiares como Amada Violeta volaba cuál pez en su vientre grávido, cada vez que sonaba un tambor, o se oía música alguna y como creció, así, similar a una mariposa.

La hora de volar llego una tarde cálida de otoño, fue encantada una vez más por los tambores que se oían a lo lejos, en el centro de la ciudad. Buscó obsesivamente el sonido armónico que iluminaba sus oídos, hasta que los encontró en un rincón, eran parte de la misma compañía de teatro “Callejeros”, que años más tarde visitarían el pueblo de Palema en el interior del país. Apenas se instaló junto a ellos comenzó a danzar como solo ella sabía hacerlo, la fiesta se prendió gracias a sus potentes pasos adoquinados, la gente se que los observaba, cada vez más numerosa, se maravillaba con sus movimientos tan incorporados a la música, el acto fue todo un éxito y se recaudó mucho dinero, como hacía varias noches no se hacía. Así comenzó a ser parte de la compañía, sin más presentaciones que su cuerpo danzante.

Un par de semanas pasaron hasta que emprendieron viaje, sin rumbo, solo el azar de una moneda lanzada al viento para decidir Norte o Sur, el destino decidió Sur y así comenzó la itinerancia.

En este ir y venir conoció a Musa, mujer un tanto mayor que ella, y que viajaba con “Callejeros” hacía más de 5 años, una travesía kilométrica que había marcado tanto su alma como su cuerpo. Teñida de múltiples colores recitaba monólogos escritos por ella misma, los cuales dejaban al público llenos de sentimientos, al borde de las lágrimas, desnudando sus almas, y devorándolas unos con otros, este éxtasis, era el que vivía diariamente Musa, verla significaba conmoverse desde la alegría más sincera, hasta la pena más profunda. Fue difícil para Amada acercarse a ella, sin embargo, pasó las barreras y se encontró frente a frente con el alma clara de Musa. Una tarde mientras descansaban en el rio de un pueblo en el que pasaban una temporada, comenzaron a observarse, disimuladamente en un principio, un poco más cerca cada vez, sintiendo una conexión fraterna, en sus manos, en sus ojos, en su pelo, en el color de la luz que destellaban ambas y en toda su existencia, eran tan iguales como diferentes a la vez. La amistad no tardó en consolidarse y pasaban días enteros saboreando la luz del sol, y noches completas bañándose con la luz que emana de la luna.

Una mañana Musa amaneció oscura, pálida, no había podido terminar su nuevo monologo, sus pensamientos planeaban dentro de su cabeza, por encima de su corazón, por debajo de su alma, rodeaban su espíritu, y ella no podía rescatarlos, fue toda una noche en vela luchando contra el vuelo rebelde de ella misma, pero no lo logró, sus pensamientos habían adquirido independencia y no querían volver. Como todas las mañanas Amada fue a compartir el amanecer con ella y notó la diferencia, Musa lloraba desconsoladamente pero permanecía inmóvil, serenamente inundada por las lágrimas, no pronunciaba palabra, fue en ese momento cuando Amada comprendió que era la hora de viajar de Musa, se remontó a aquella tarde cálida, en su pueblo, cuando se encontró con los tambores y comenzó su propio viaje. Esta vez era diferente, Musa ahora también volaba pero por el medio de sus pensamientos, Musa no volvería, había perdido la razón, según algunos, pero Amada sabía que Musa no la había perdido sino que simplemente la había dejado en libertad.

El viaje tuvo que continuar, Musa abandonó la compañía y se quedó observando la luna en el pueblo anterior. Antes, dejó su colección de monólogos para que Amada los interpretara mediante lo que mejor que sabía hacer, la danza. Para Amada este fue el primer desarraigo que realmente llegó a conmoverla, sin embargo sentía que su hermana, amiga y compañera viva y junto a ella cada vez que se plantaba frente al público de cualquier origen y sus pies comenzaban a moverse al ritmo de la música y la razón de Musa.

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