Cuando se ha iniciado el invierno del invierno
en el aproximado otoño
de la vida
y todo el calor del
color se torna frío
más frío que la menta,
o que el hielo seco del
cerro embrujado
se siente el peso de la
oscuridad lejana
Sabrosa, seductora
absolutamente
inexorable, universal.
Oscuridad lejana,
desafiante
misteriosa como el
océano en año de tormentas
Se siente en los
párpados,
se siente en los brazos
se siente en la torpeza
matinal de saberse secreta, impenetrable
Cascarón de nuez…
Cuando la certeza de la
oscuridad lejana
Te golpea con la
convicción de saberse amando
vuelven las traviesas
mariposas
a posarse sobre mi
apolillada y trastornada cabeza
buscando una vez más la
luz
me desafían a renovar
los votos que profesé hace 10 años ya
a cantar a gritos cada
letra de tu nombre
a bailar las líneas
perpendiculares de todo el territorio ya recorrido
una y otra vez, a tu
lado
en la geografía de tu
cuerpo entero
a caminar esa milla que
visualizamos, casi como un ideal
el tercero, el último
y sin duda alguna el más importante
me traen tu aroma perdido,
y sin duda alguna el más importante
me traen tu aroma perdido,
ese aroma a guitarra,
a música de trovador
rebelde
de hombre dulce cuando
la nada nos abraza
de bailarín callejero y
borracho enamorado.
Cuando se ha iniciado el invierno del invierno
En el cada vez más
cercano otoño de la vida
Y solo me queda creer
busco el acomodo
agónico de querer reconocerte
entre lágrimas y
sábanas maternas
entre noches de viento
porteño, crudo y violento
Por allá en las alturas
dónde la niebla se devuelve.
Busco el acomodo y me
enredo
como me enredas tú cada
vez que me confrontas
Cada vez que me abrazas
Cada vez que me amas
Busco ese acomodo con
furia
Con rebeldía, con
tierna complicidad
Y compañerismo innato.
Lo busco, con tanta pasión que sólo me pierdo
Me pierdo y me quedo
desnuda en el medio de un bosque milenario
Con la desesperanza de
una pesadilla a medio terminar
Con la angustia de
condenado a muerte
Me pierdo de forma
pétrea.
Pero siempre al final
del día te encuentro acá dentro
Siempre al final de
cada uno de estos tres mil seiscientos y tantos días
En lo más profundo de
las células que te han pertenecido eternamente
Porque estás en mí.
Aún en latitudes lejanas
Me lo confirmas con tus
ojos de gitano antiguo
Con tus manos de luto
Con tus letras llenas
de melancolía
Y con cada acorde que
sintoniza con mi alma
Guerrero de batallas
lejanas
Sin eufemismos baratos,
ni escándalo de masas humanas adormecidas
Amor de mis 28 y de mis
tiernos 39
El tercero,
el último.
El más importante.
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